1965. El veintidós otra vez –gritó Carolina Otero. El
veintidós nunca falla. El casino de Montecarlo se encontraba abarrotado. El
crupier la miró con desconfianza. Hace rato que parecía desear que se marchara.
Rasputín fue mi amante. El crupier sonrió con fingida educación, sin poder
ocultar las ganas de perderla de vista. Hubo un tiempo en que mi nombre era
Agustina –dijo casi gimiendo. Cuando casi era una niña. Carlolina intentó sin
éxito apartar aquellos tristes recuerdos. Sí, hubo un tiempo en que se llamó
Agustina, antes de que aquel hombre sucio la atacara en el camino y abusara de
ella. El veintidós –pidió de nuevo. Lo apuesto todo al veintidós. El crupier
pareció recobrar las esperanzas de que aquella vieja borracha lo perdiera todo
y se marchara.
Cuando llegó a Barcelona aquel banquero la llevó a
París. Estoy de suerte, dijo pegando otro sorbo al brandy que apoyaba sobre la
mesa. Carolina Otero recuerda cuando llegó a París y bailó la danza del vientre
para aquel banquero. Soy de origen andaluz, gitana de pura cepa, le dijo,
intentando embaucarlo con su exotismo descarado, arrebatador. Te presentaré a
muchos tipos –le había prometido él. Debes ser buena con ellos, bailar y danzar
hasta que caigan agotados. Nunca te faltará de nada.
(...)
No hay comentarios:
Publicar un comentario