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Cuando me miro

Cuando me sorprendes, imagen, al mirarme, sin avisar al tiempo, no me reconozco en ti, y me escondo desnuda detrás del desconcierto d...

Mercedes Salisachs

Pero nada de todo aquello era ya posible para Paquita Cuenca. La sociedad estaba constituida de un modo tan absurdo que nadie comprendía la cantidad de honradez que podía haber en una prostituta y debía pasar la vida imaginando lo que hubiera sido si la realidad no hubiese cercenado sus posibilidades. (...)

Parecía, en efecto, una santa. Una de aquellas santas que la devoción del siglo pasado acicalaba y pintaba. si hubiera sido estatua, Paquita Cuenca hubiese podido ser colocada dentro de una urna de cristal sobre una consola isabelina. Así era de pulida Paquita Cuenca. También limpia. Los hombres solían decirle:
-Hueles poco a hembra.
Se defendía: ¿Qué esperabas encontrar en una prostituta higiénica y honrada? Lo de los hedores quedaba para las entregadas al vicio. Ella no era viciosa.

Premio Ciudad de Barcelona. 1956. Fragmentos con las tachaduras de la censura.

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