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sábado, 15 de junio de 2019

Rosa Chacel

El olvido sustituye a la vida

En el día de hoy, ya distante de los hechos, puedo traer a la memoria aquellos momentos de agitación reviviendo sus más pequeños detalles, porque la que actuaba en ellos era yo misma, la que soy ahora; pero el día después, ¿quién era yo el día después? Sólo puedo recordarlo como se recuerda lo ajeno, como si me hubiera visto a mí misma, desde una ventana, salir de casa con mi cartera debajo del brazo. Yo no era más que un muerto que andaba. Tengo que volver a emplear esa expresión. Aunque, más que un muerto era un autómata: algo que nunca había vivido, porque después de la muerte queda el cadáver con sus modificaciones naturales, y después de un terremoto quedan las ruinas, pero después de esa muerte no queda ni la señal. El olvido sustituye a la vida, al aire que se respira, al tiempo mismo. El día de la fiesta yo tenía quince o veinte años, al día siguiente cinco o seis. (...)

Rosa Chacel: Memorias de Leticia Valle.


No fue esto lo que me hizo sufrir aquella mala noche. Una vez dueño de mí mismo, y poniendo las cosas en claro, vi que me contrariaba mucho menos de lo que era de esperar. Y sobre todo, por encima de lo que pudiera llamarse el contratiempo, sentía una alegría tan llena de nuevas convicciones y nuevas decisiones... El verdadero peligro, el de ella, no existía. La había visto. Aquel momento de la ventana me bastó para verla, porque hasta entonces no la había visto nunca, y desechar todo temor respecto a su desdoblamiento. Comprendía que su dualidad, su multiplicidad, si la hubiese, era algo tan simple como esas cajas japonesas que se cierran unas en otras, sin diferenciarse en más que en que la mayor contiene las pequeñas. Y todas son iguales, la misma forma, la misma laca, la misma ornamentación; sólo van ganando, con el tamaño, en capacidad. Al verla aquella vez vi a la mayor llena de la pequeña; más bien llena de pequeñas. De otras pequeñas que yo había olvidado, que ni conocía siquiera. Su cara de aquel día era de una profundidad interminable, se encontraba en ella todo lo que se buscase. Y yo me hundía en mi recuerdo, incansable de encontrarla siempre a ella ¡tan ella!

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