1917. El mar. Le gustaba mirar el mar desde la
orilla. Sentir el tacto de la arena fina sobre sus manos. La primera vez que la
vio la luz de la playa reflejaba sus cabellos enredados por la sal y la brisa
marina. Otro día fueron a la alcazaba. Cogieron las bicis y subieron hasta
arriba. Cuando llegaron estaban sin resuello. Victoria se había puesto la boina
negra de franela que su padre cosiera con sus manos expertas de modisto. El tercer
día lo pasaron en el puerto. Allí vieron partir a los soldados que iban a
luchar a Marruecos. Las madres lloraban desconsoladas. Las luces del puerto de
Málaga al atardecer de aquel verano de hacía ahora sesenta años se le dibujaban
en la memoria como los besos que se dieron, románticos y misteriosos.
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