Matar y morir: Karina Sainz Borgo.
Cuando se acabó el dinero para financiar a los Motorizados, el Estado decidió compensarlos con una propina. No cobrarían el salario revolucionario completo, pero tendrían patente para saquear y arrasar sin control. Nadie los tocaba. Nadie los controlaba. Cualquier con ganas de matar y morir podía apuntarse en sus listas, aunque muchos actuaban en su nombre sin tener siquiera conexión con la estructura original. Llegaron a formar pequeñas cooperativas con las que cobraban peajes en algunas zonas de la ciudad. Levantaban una tienda de campaña con tres sillas y ahí echaban el día, recostados sobre aquellas motos desde las que avistaban a su presa y sobre las que montaban para darle caza a punta de pistola. (...)
El verbo igualador: Karina Sainz Borgo.
Seis personas acudieron al velatorio de mi madre. Ana fue la primera. Llegó arrastrando los pies, sostenida de un brazo por Julio, su marido. Ana parecía atravesar un túnel oscuro que desembocaba en el mundo que habitábamos los demás. Desde hacía meses, se había sometido a un tratamiento con benzodiacepina. El efecto comenzaba a evaporarse. Apenas le quedaban pastillas suficientes para completar la dosis diaria. Como el pan, el Alprazolam escaseaba y el desánimo se abría paso con la misma fuerza de la desesperación de quienes veían desaparecer todo cuanto necesitaban: las personas, los lugares, los amigos, los recuerdos, la comida, la calma, la paz, la cordura. "Perder" se convirtió en un verbo igualador que los Hijos de la Revolución usaron en nuestra contra. (...)
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